viernes, 20 de junio de 2014

Nuevequince (II)

Brasil está verde-amarelo y gana celebrando. / Foto: Lourdes Cepero
De las mayores sorpresas del “Mundial de los Mundiales”, la “antirrábica” holandesa contra La Furia Roja (preludio de una eliminación poco anunciada), el atrevido empate mexicano en Fortaleza – resonándole a la Seleção los Juegos Olímpicos Londres-2012 – y el debut por todo lo bajo de Uruguay ante Costa Rica, la que más me dejó pensando fue el asalto “tico” a campamento “charrúa”, donde los centinelas del Maestro Tabárez quedaron tendidos.

Un aficionado costarricense, entre vítores y fiesta, deseó pronta recuperación uruguaya – somos latinoamericanos – e Inglaterra está casi fuera de la carretera, porque “la garra” le pinchó los neumáticos. Desde 2006, en los tronos se acomoda Europa, bajémosla el 13 de julio. Nuevequince también se hizo de corresponsales – nada que envidiarle a De Zurda –, los cuales, como excelentes colaboradores de la Salud, dieron sus impresiones holguineras de la Copa, cuya XX edición, en su capítulo de grupos, está tan enredada como Avenida Brasil, por muy escurridiza que sea Carmina y miope su “familia”.

Los testimoniantes, que “cooperan con millones de brasileños, en especial con aquellos que residen en zonas rurales y vulnerables”, son nuestros ojos y oídos mundialistas. En el estado de Piaui, municipio Vila Nova, el doctor Argelio Hernández relata: “Es una fiebre linda, todos vestidos de verde y amarillo. En casa del prefeito tenemos un equipo de amigos que disfrutamos los juegos. Las tardes en que la selección local se presenta las declaran feriadas. Hasta a las mascotas les ponen ropas amarillas con ribetes verdes, y los carros llevan banderas, el mío tiene las de Brasil y Cuba, aunque no juguemos, disfrutamos”.

“Viviendo algo que nunca imaginé. Estar en el país sede, la locura es total. Radico en el estado de Bahía, municipio Quixabeira. Es la región noreste, en general humilde. Aquí acostumbran reunirse en grupos de amistades o familias en diferentes casas para ver los partidos. Asan carnes, maíz y preparan rositas, toman refrescos, cervezas, ron, vino, casi todo típico, además consumen dulces. Tiran fuegos artificiales y tocan cornetas”, describe la doctora Lourdes Cepero, en un texto en el que leer entre líneas es innecesario para darse cuenta de su asombro.

Su colega Jorge Ramón Batista, pelotero a más no poder, cuenta: “Es lo nunca visto por nosotros, ni cuando Holguín fue campeón en la Serie Nacional, colaboro en un lugar pequeño y pobre, y desde hace días autos y motos traen banderas brasileñas. En bares y lugares públicos tienen televisores gigantes. Ahora mismo estoy con amigos brasileños y cubanos, con pulóveres de Brasil, viendo la inauguración, en espera del inicio del juego (con Croacia). Es una experiencia única e indescriptible. Espero que La Canarinha se titule, porque sino…, se creen campeones ya”.

“Me ubicaron en la región noreste, en un pueblo llamado Pesqueira. Es una pasión tan fuerte que creo que los brasileños nacen con modificaciones futbolísticas en el ADN. Los colores de la selección los llevan en prendas de vestir y hasta en simples aretes, joyas y maquillaje. Cuidado con lucir camiseta argentina, te aceptan que sigas a cualquier otro plantel, menos al argentino; en un restaurante jaraneé con un camarero al respecto y pude hacer el pedido luego de dos horas”, manifiesta el galeno Julio Leyder Peña, quien respira en una atmósfera descontaminada con fútbol. / Por Nelson Alejandro Rodríguez Roque

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