jueves, 24 de diciembre de 2009

Después de Copenhague, el diluvio / Nelson Alejandro


“La verdad posee una fuerza



que supera la inteligencia


mediatizada y muchas veces desinformada


de quienes tienen en sus manos


los destinos del mundo”.

Fidel Castro

El oso polar salta de témpano en témpano. Las focas huyen. Los peces están perdidos. La cadena alimenticia conectada a Copenhague, donde la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático subió de tono, cuando su texto final tuvo los aplausos de pocos, la desaprobación de muchos y el humo de las limosinas aportando al efecto invernadero.
Los científicos marcan para 2015 el límite sin retorno. El nivel de los océanos, de aumentar, tragaría buena parte de los estados insulares. Olas de calor, interminables temporales de lluvias, temperaturas glaciales, fuertes nevadas, un ciclón tras otro…la Naturaleza devuelve lo que le han hecho. No es un documental apocalíptico de Discovery Channel o National Geographic. La realidad supera a la ficción: nuestro planeta puede ser el merengue en la puerta del colegio.
Obama prometió inversiones “millonarias” a los países en vías de desarrollo, evitó a las organizaciones medioambientalistas y obvió el Protocolo de Kyoto, tratado que obliga a las naciones industrializadas a recortar sus emisiones de dióxido de carbono. Las chimeneas exhalan, la Tierra suda. El acuerdo se volvió un desacuerdo, las imposiciones pasaron de moda. En tres páginas quedó secuestrado el clima.
El capitalismo juega sucio, si hay dinero por medio. En el siglo IXX, William Frederick Cody, “Búfalo Bill”, mató 4 mil 289 bisontes desde los trenes de la Union Pacific, así le quitaba las pieles y el alimento a los indios, sus rivales en el Oeste estadounidense, un área donde el ferrocarril necesitaba expandirse. Lo único que varía es la unidad, de búfalos a grados Celsius.
El fantasma que vio Chávez en aquel salón, también le salió a los primeros habitantes de Norteamérica. Y continúa desandando: contamina las aguas, devora la Amazonía, crece en industrias, envenena la atmósfera y pone en peligro a la especie humana, como expuso Fidel en 1992, en Río de Janeiro, durante la Cumbre de la Tierra.
Los miembros del ALBA sostuvieron un criterio único, al denunciar una declaración excluyente, redactada en secreto y cuyo contenido revela las incapacidades del sistema. La XV Conferencia de las Partes de la Convención Marco recibió el calificativo de farsa, según el canciller cubano Bruno Rodríguez. “Paso atrás”, “Frustración”, “Fracaso”, “Desastre”, “Vergüenza”, eso se dijo de la cita que pudo alcanzar un entendimiento.
Al globo terráqueo hay que ayudarlo, para no preguntarnos dónde jugarán los niños o tengamos que conservar un banco de imágenes, porque en 2020 del tiburón blanco solo existirán “las mil y una” películas. O veamos las islas del Pacífico como reliquias de la Atlántida y al koala sobreviviendo en peluches. Aunque el Homo sapiens llore como el Neandertal, la autodestrucción lo convertirá en testimonio fósil y tendrá el mismo destino que su “pariente” del Paleolítico.
Todavía se estudian más las hipótesis de la desaparición del mamut, que las fórmulas de desarrollo sostenible o la preservación de la flora. Preocupa el meteorito y ocupa pocas neuronas la prevención de los incendios forestales. Las soluciones dependen de voluntad y conciencia.
Televisores, con envoltorios de “material reciclable”, y hoteles “verdes” son ecológicos. La culpa fue del iceberg, no de los remaches del Titanic. El tiranosaurio (el T Rex) de Jurassic Park dio origen a las aves. ¿Habrá otra Arca de Noé que salve la biodiversidad? ¿Seguirá la arqueología la búsqueda de esa embarcación por el noreste de Turquía? ¿Cuántos delfines caerán en la redes?
El oso adelgazó. Sus reservas de grasa disminuyeron. Nada largas distancias y las focas están perdidas. De los peces, ni sombra. Su condición de Rey del Ártico en entredicho. A husmear en la basura. Después de Copenhague, el diluvio.