domingo, 12 de julio de 2009

El último Lugarteniente / Nelson Alejandro


“Holguín nunca le falló a Cuba, de aquí salieron en el pasado insignes patriotas como Calixto García; y esta es, además, la patria chica de Fidel”, aseveró el General de Ejército Raúl Castro Ruz en la ceremonia de inhumación de los restos del General de las Tres Guerras, en la ciudad de Holguín, el 11 de diciembre de 1980.
Quedaba saldado el entierro digno que pedía Lucía Iñiguez para su hijo, al que prefirió muerto antes que rendido. El 11 de diciembre de 1898, el Lugarteniente General del Ejército Libertador falleció víctima de una pulmonía en Washington, EE.UU., mientras conducía la comisión criolla que gestionaba fondos para el licenciamiento de los mambises. El duro invierno quebrantó la salud del hombre, al que ni las balas ni las mazmorras avasallaron.
“Al concluir mediante el Pacto del Zanjón la Guerra del 68, Calixto García, que sufría prisión en España desde que en 1874 cayera moribundo en manos enemigas, consideró aquel tratado como una derrota y como una ofensa a los caídos durante 10 años de lucha”, declaró Raúl, quien añadió: “Fue un activo participante en los trajines conspirativos que precedieron al Grito de Yara”. En la Guerra Grande, aprendió de la experiencia de Máximo Gómez. En compañía del Generalísimo, percibió la utilidad de las cargas al machete y se formó en el sitio y ataque de pueblos y ciudades.
La Guerra Chiquita lo registra como uno de sus organizadores, pues el 7 de mayo de 1880, desembarca con 19 compañeros de armas; pero en la primera escaramuza ante las tropas hispánicas, los expedicionarios son dispersados. La poca comunicación con los cubanos que permanecían en la Isla y el escaso número de combatientes, condujeron al fracaso de la acción.
“Fue el único de los grandes jefes militares (…) que de modo autodidacta logró hacerse una sólida y moderna cultura militar”, señaló el Segundo Secretario del Partido. Las resonantes victorias del holguinero siempre tuvieron una carga de astucia y estrategia, como cuando tomó Victoria de Las Tunas y Guáimaro, dos plazas inexpugnables de la metrópoli. El asalto al fuerte de Loma del Hierro, en agosto de 1896, constituyó la prueba de fuego de la artillería insurrecta y demostró que no solo la infantería y la caballería eran recursos importantes.
“Tenemos que luchar al lado de los americanos, en primera línea. No permitiré nunca que el pabellón americano flote sin que a su lado ondee el de Cuba”, expresó el veterano estratega, al tener que apoyar, por orden de la jefatura, a los yanquis en la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana. Sin el ingenio del líder y la bravura de las huestes mambisas, los estadounidenses hubieran fracasado en el intento de desembarco en el Caimán Verde para someter a los españoles acuartelados en Santiago de Cuba. El revés ibérico se debió en gran medida al arrojo de soldados con sombreros de guano y calzado rústico y no al despliegue armamentista de los batallones del Tío Sam, que sufrieron bajo la hostilidad del clima tropical y titubearon en muchas oportunidades.
El gordiflón William Shafter y el mando norteño les negaron a los cubanos la entrada triunfal en la Ciudad Héroe; excluyeron a la oficialidad de las actividades de rendición de las autoridades coloniales. Calixto García escribió una misiva de protesta dirigida al desacreditado Shafter y formuló su renuncia como jefe del departamento Oriental. El Comandante en Jefe, el Primero de Enero de 1959, destacó el incidente y dijo: “¡La historia del 95 no se repetirá! ¡Esta vez los mambises entrarán en Santiago de Cuba!”. Luego de la grosería, García marchó junto a sus tropas a Holguín y presentó combate hasta la conclusión de la gesta.
“Su vida fue ruda, adversa y difícil, pero la vivió con alegría y en todas las adversidades hizo prevalecer el optimismo de nuestro carácter nacional. Al recordarlo en el día infausto de su muerte, ningunas palabras mejores que aquella afirmación del compañero Fidel: Nosotros entonces hubiéramos sido como ellos. Ellos hoy habrían sido como nosotros”, manifestó Raúl en la jornada de 1980.
Los pobladores de esta porción nororiental rememoramos a Calixto García en cada fecha productiva. De sus lecciones heroicas emanaron pasajes revolucionarios como el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. A 56 años del levantamiento, los holguineros resurgen después de los infortunios huracanados. Y si tenemos que regresar a la manigua para conservar la soberanía, lo haremos con la misma impetuosidad del último Lugarteniente General.

domingo, 5 de julio de 2009

Contragolpe en Honduras / Nelson Alejandro


José Manuel Zelaya es esperado por el pueblo de Honduras. Los golpistas no escarmientan y cierran el espacio aéreo, colocan obstáculos en las pistas de aterrizaje y posicionan francotiradores en las torres de control. Antes de partir desde Washington, el verdadero Mandatario pidió a sus seguidores una posición pacífica que impida el derramamiento de sangre.
“Urge Mel”, gritaban los integrantes de la resistencia social por las calles de Tegucigalpa. El doctor Luther Castillo, coordinador de los movimientos populares, explicó que más de 120 mil pobladores conforman la manifestación que rompe cada cordón militar. Patricia Rodas, canciller de Honduras, José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, y una delegación de la ONU acompañan a Zelaya en el avión que lo conduce hasta Centroamérica.
Los medios de comunicación continúan amistados con Micheletti y la cúpula militar; aunque sectores religiosos ya se pronuncian en contra del zarpazo. Desde todos los puntos de la geografía “catracha”, las multitudes se acercan al aeropuerto capitalino de Toncontín. La OEA cerró filas y rompió relaciones con el gobierno derechista, que ha respirado gracias a los grupos de poder y las fuerzas castrenses. La comunidad internacional también ha desconocido la legalidad del golpe de estado.