lunes, 16 de julio de 2012

Negro bembón, a mucha honra / Nelson Alejandro Rodríguez Roque

 
Foto: Edgar Batista
Tengo, vamos a ver,
 que siendo negro
 nadie me puede detener… 
Nicolás Guillén 
Harrison Regis dejó atrás a su minúscula Santa Lucía, ínsula de las Antillas Menores, en pos de probar fortuna como trabajador bancario en Canadá. Cuba, exactamente la antigua Victoria de Las Tunas, fue una escala hacia Norteamérica. Allí se detuvo para siempre. Conoció a una turista jamaicana, Iris Simpson, con quien contrajo nupcias y cambió de idea.

Del amor caribeño nació el sexto vástago: Erwin creció con una pelota en las manos, lanzando esféricas de cartón, hechas de cajas de cigarro. Su mamá le elaboraba guantes y gorras de tela y el padre bates de madera. Dos de sus hermanos mayores, en edad infantil, fallecieron de enfermedades curables en la actualidad, de ahí su rechazo hacia aquella primera mitad del siglo XX. 

El doctor Simpson (Las Tunas; 1936), así lo llama Holguín entero, o Erwin Regis, para su familia y amigos, pediatra neonatólogo desde 1971 – primer graduado de dicha especialidad en la provincia –, fue decano fundador de la Facultad de Ciencias Médicas (hoy Universidad) del territorio holguinero, institución que dirigió durante siete años, y cumplió misiones internacionalistas en Argelia y Sudáfrica. 

Labora en la Sala de Puerperio del Hospital Lenin y, a sus 76 almanaques, estima que ha atendido a miles de recién nacidos. Continúa activo como profesor titular y consultante, está enfrascado en la redacción de un libro sobre bebés normales que ingresan en Prematuro y aspirará al Doctorado en Ciencias en 2013. 

El diálogo con este hombre merodeaba entre mis propósitos periodísticos desde 2007. Escuché historias tan únicas que la tarde de julio, cuando conversamos, parecía insuficiente para hablar de la misteriosa muerte de su abuelo paterno en la construcción del Canal de Panamá o la Serie Mundial de 1957, disputada por un pariente suyo, Harry Simpson, vistiendo el uniforme de los emblemáticos Yanquis de Nueva York. La Medicina, nuestro pasatiempo nacional, su esposa Addia Cecilia (en diciembre cumplirán medio siglo de matrimonio) y sus cuatro hijos e igual cantidad de nietos, son sus pasiones y tesoros. 

Teniendo una ascendencia anglófona, ¿cómo fue que se interesó en el béisbol? 
-Pude haber estado, a estas alturas, como mentor de cualquier equipo de pelota, y no discutiendo casos médicos, pues milité en seleccionados profesionales estadounidenses de Ligas Menores (sucursales de los Rojos de Cincinnati), participé con los Cuban Sugar Kings (Triple A) en una gira por toda la Isla en 1959 y fui catcher de Los Tigres de Marianao, en la Liga Cubana rentada (1959-1960). 

Me gustaban varios deportes en la niñez: boxeo, ping pong, voleibol y baloncesto. Incluso tengo una foto con Jesús Suárez Gayol, integrante de la guerrilla del Che en Bolivia, saltando frente al canasto en la enseñanza primaria en una escuela tunera. Pero me incliné por el béisbol, desde juvenil y luego en otras categorías. 

¿Fue el primer negro que jugó con la novena de la Universidad de La Habana? 
-Sí, en 1956 jugué amateur en la Universidad, iba y practicaba cuando Ramón Carneado (ganó cuatro Series Nacionales consecutivas como manager de Industriales) era el director del conjunto. Me ubicaron en la receptoría, mas era una época muy inestable y al cerrar la escuela, como represalia de la dictadura batistiana por el desembarco del Granma, se acabó todo. Competimos internamente en los pocos meses de ese curso. 

Siempre ocupó el cuarto o quinto turno al bate.
Cuénteme de su traslado a EE.UU. 
 -Tras clausurarse la Universidad, regresé a mi ciudad natal. Visitaba la Casa de Socorro y suturaba heridas para no perder habilidades. Comencé a practicar pelota seriamente, al tomar parte en eventos de Las Tunas y dedicarme a jugar todos los fines de semana y alistarme. 

Un día, enfrentando a un equipo de Holguín, bateo dos jonrones y me estaban mirando dos cazatalentos, que no sabía que estaban en las gradas. Finalizó el partido, se me acercaron, y preguntaron si quería convertirme en profesional. Les dije que no podía firmar, porque era menor de edad y mi papá tenía que darme el permiso. Mi padre me autorizó, pero antes jugué en la Liga Azucarera de Morón, durante alrededor de seis meses, y después partí hacia ese país, donde estuve dos años. 

Comenzamos en Clase C y D. Entre los que estábamos allá se encontraba un hijo de Martín Dihigo (El Inmortal). Al firmar como profesional, mi papá les aclaró a los scouts que, como cláusula del contrato, si la Universidad reabriera, yo continuaría la carrera de Medicina.  

¿Qué me puede decir del racismo? 
-Con el plantel de Palatka, en La Florida, o con el de Geneva, en el estado de Nueva York, cuando salíamos a jugar fuera, los blancos iban para un hotel y nosotros para otro de peor calidad. Si estábamos de viaje y queríamos comer juntos, no podíamos hacerlo en el mismo restaurante, ya que no podían entrar personas “de color”. Nuestros compañeros nos hacían el pedido y comíamos en las aceras.

Igual era para comprar ropa, teníamos que ir a tiendas diferenciadas. Nunca recibí ofensas de jugadores ni aficionados, después de la llegada de Jackie Robinson a las Mayores (en 1947), ya esto estaba parcialmente eliminado de los diamantes. Les firmábamos autógrafos a los fanáticos blancos. En la calle, en una oportunidad, íbamos para el albergue y vimos cómo unos colegiales golpearon a un adolescente negro y lo dejaron derramando sangre, reaccionamos para socorrerlo y los transeúntes nos dijeron que no interviniéramos, que eso no era asunto nuestro. En una guagua local, de dos pisos, íbamos en el segundo. Te halaban por el brazo y te conducían al nivel superior, si te sentabas en lugares prohibidos.  

¿Cuándo decidió regresar definitivamente? 
-En una de mis vacaciones, después del Triunfo de la Revolución, mi papá, que prefería que yo fuera médico, me muestra un telegrama y dijo que me había solicitado una beca económica, la cual se facilitaba para proseguir la carrera de Medicina. El Gobierno Revolucionario estaba convocando a los estudiantes, porque unos tres mil galenos habían abandonado el país y hacíamos falta. Nos inscribimos muchos en 1961 y en el ‘66 me gradué. Entonces ya no podía jugar, pues había sido profesional, y me dediqué al ajedrez.  

Los cubanos nacidos después de 1959 conocemos muy poco del profesionalismo… 
-Vi una película (Sugar USA) donde se exhibe cómo los peloteros dominicanos son tratados por los mercaderes. Un negro talentoso, para llegar a Grandes Ligas, tiene que ser tres veces mejor que un blanco. Es peor si a eso se añade que eres latino. Tienes que sobresalir en grado superlativo. La pelota cubana es una sola, no se puede menospreciar el béisbol antes de 1959, incluso aunque haya sido esclavo. 

En el profesionalismo, se juega en función de adelantar a los corredores, no solo de impulsar carreras. Nunca podías irte de juego, desconcentrarte, ellos te multaban si te perdías en el momento de coger señas. Hasta Física hay que dominar para atrapar un fly o batear una curva y en ocasiones ni sabemos tocar bola porque no se ejercita. Ahora jugamos por conciencia, se ama al pueblo, ahí están Linares o Víctor Mesa, y el ejemplo del desaparecido Stevenson, quienes defendieron su camiseta y no iban tras los dólares. 

¿Pelotero o médico? 
-Me gusta curar niños, porque es la mejor satisfacción, no hay nada comparable, ya que llegan enfermos y se van sonrientes. A la Revolución le debo mi formación y la de mi familia. Ahora entiendo a mi padre, quien me decía que mientras más años me pasaran en la pelota, iría perdiendo facultades, y en la Medicina sería al revés. Me mantengo con salud, porque hice mucho deporte.

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