viernes, 7 de marzo de 2008

Nunca Más / Nelson Alejandro


“¡Atrás, no se den la vuelta!”, gritó el uniformado a los acompañantes que despedían al difunto. Acto seguido, el sonido de un motor anunció el camión que irrumpía en el cementerio. La carga del vehículo era una incógnita; pero los lamentos humanos no.
De espaldas, apuntados por armas largas, los presentes escucharon el rugir de las ametralladoras. Aunque nunca apreciaron sus rostros, percibieron cómo les cobraban las vidas a unos indefensos pasajeros. Después, bajo amenaza de muerte para “esconder” el crimen, salieron del campo sepulcral envueltos por el miedo y la incertidumbre. Se convirtieron en mudos testigos.
Es difícil olvidar, así me llegó el relato de una protagonista del pasaje. Ella, natural de Argentina, puede haber pasado la página, mas, el horror de aquellos instantes se torna imborrable; permanece en la memoria angustiosa del pasado entre 1976 y 1983, durante la dictadura castrense que azotó a su país.
¿Quién soy yo?, documental premiado en el Nuevo Festival de Cine Latinoamericano, exhibido en el espacio Mesa Redonda, y de la autoría de la magistral Estela Bravo, desentrañó el drama que representó la llamada Operación Cóndor y los niños desaparecidos, forzosamente, junto a sus padres.
Todo lo que oliera a “subversión” e izquierda constituía carne de cañón, las Juntas Militares argentinas asesinaron a guerrilleros, intelectuales, artistas, docentes, obreros y alumnos. Sin conformismos se ensañaron con los hijos de los encarcelados; alrededor de 500 infantes fueron entregados a personas vinculadas al régimen o, en el mejor de los casos, por adopción. La idea, sugerida desde Washington, se cocinó en la Casa Rosada, sede del gobierno de facto, y se llevó a cabo en sitios manchados por el odio como la Escuela Mecánica de la Armada, el tristemente célebre Garaje Olimpo y otros centros clandestinos de detención arbitraria.
Videla, Massera, Galtieri, apellidos de sicarios al frente de los crímenes de lesa humanidad, disolvieron los sindicatos, proscribieron los partidos de oposición, intervinieron universidades, torturaron a civiles e inventaron un Pacto de Silencio que, aparentemente, garantizaría sus inculpabilidades. La impotencia los llevaría a prohibir, mediante comunicados ministeriales, la transmisión de temas de Gardel o la lectura de textos de Antoine de Saint Exupéry.
Con el objetivo de distraer a la opinión pública, enviaron soldados adolescentes e inexpertos a la Guerra de las Malvinas, en 1982. La superioridad de las fuerzas británicas inclinó la balanza a favor de los vicios colonialistas de la primer ministro inglesa Margaret Thatcher, que no dudó en dar la orden de hundir, cruelmente, al crucero “gaucho” General Belgrano y provocar la muerte de 649 marines. La escena quedó lista, los “brillantes” estrategas de la nación sudamericana capitularon en el campo de batalla.
El documental de Estela centra su historia en la realidad de la separación de los bebés, el esfuerzo continuo de las madres y abuelas de Plaza de Mayo por regresarlos a sus familias de origen y el hacer justicia con las 30 mil víctimas desaparecidas. Aún así, todo guarda estrecha relación, pues se revela la política terrorista que proliferó en el Cono Sur por esa época, un modus operandi que devolvió a las hordas nazis su vigencia y que recibió el apoyo irrestricto de las administraciones norteamericanas.
Nunca Más, investigación abierta sobre los derechos humanos del período gris de las dictaduras, involucra a 959 causas penales en contra de los homicidas. La sociedad argentina y los pueblos claman el cumplimiento de la misma, para que nunca más el vuelo del cóndor se maneje con fines fascistas.

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