Era viernes 24 de agosto de 2007. Esperaron por mí para cerrar una página. A pocos meses de iniciarme en ¡ahora!, “driblé” mirando el cronómetro. Me decían cuánto tiempo quedaba desde la mesa arbitral, la Jefatura de Información.
Escribí Los Gavilanes tienen morada, título de aquella noticia acerca de baloncesto, que versaba sobre el debut del Torneo Nacional de Ascenso (TNA) en Holguín, más específicamente en la sala de la Universidad de Ciencias Médicas Mariana Grajales.
Los aficionados dejaron de llamarles Trotamundos a los miembros del plantel local. Finalizó “el peregrinar” permanente por las provincias orientales. Se lució sobre el rectángulo el espigado Henry “Pití” Simón Moisés (“Urbano Noris”; 1979), uno de los cuatro basquetbolistas de aquí que ha integrado la selección masculina cubana de ese deporte.
Cuando dos años después, Los Gavilanes clasificaron a la Liga Superior de Básquet (LSB), la lesión de “Pití” – desgaste en el menisco de la rodilla derecha – lo tenía a “media máquina”. Se agudizó el mismo problema que interrumpió su larga trayectoria en el equipo nacional: Torneos del Caribe, Centrobásquet, Juegos Centroamericanos y del Caribe Cartagena de Indias-2006 y Juegos de Buena Voluntad Brisbane-2001, los últimos después del “deshielo” de la Guerra Fría.
Era de esperar. Hace algunas semanas, el hijo de la exbaloncestista Ángela Moisés y el técnico de remo Nelson Simón (bicampeón panamericano y atleta olímpico en Montreal-1976 y Moscú-1980) anunció su retiro de las canchas. En estos momentos, se prepara para convertirse en Licenciado en Cultura Física.
Preocupado por la tardanza, llegó apurado a la Casa del Atleta, donde radica los lunes para adelantar su tesis. Bajo tejas traslúcidas, sin sobresaltarse ante el efecto grabadora y el marcaje del cuestionario, “encestó” las respuestas. Conversé con el Henry menos conocido. Padre de una niña de dos años. El que se quedó con ganas de representar a Cuba en Mundiales, Juegos Panamericanos u Olimpiadas.
Dos veces campeón de la LSB con los aguerridos Orientales de Manuel Conde, en cuya nómina fue el primer holguinero. Uno de los pocos cubanos que ha enfrentado a los Dream Team (“equipo de los sueños” en Inglés), formaciones norteamericanas derivadas de la todopoderosa Asociación Nacional de Baloncesto (NBA); la de Brisbane incluía a Rashard Lewis, Shawn Marion y Jermaine O’neal, entre los astros actuales de las duelas estadounidenses.
A partir de 2005, la LSB cambió de formato, al sumarse dos elencos y surgir el TNA. ¿Perjudicó esta variación al certamen?
-Sobre ese tema siempre hubo polémica. Algunos decían que era mejor aquella versión porque se concentraba la calidad, pero directivos de la Comisión Nacional optaron por darle posibilidades a las provincias, con el objetivo de expandir la Liga. Los TNA ayudan a los jóvenes, pero hay que tener cuidado, porque a veces ellos necesitan medirse en otros espacios para elevar su nivel.
Estuviste en varias ocasiones como refuerzo en colectivos de otros territorios. ¿Te adaptabas fácil?
-Nunca tuve problemas para insertarme en otros equipos, pues siempre fui disciplinado. No pude jugar aquí hasta el surgimiento de los TNA y la posterior acogida en la “Mariana Grajales”. Me consagré a la defensa de mi camiseta y cuando no clasificábamos integraba otros quintetos como el guantanamero, en cuya provincia me solicitaban frecuentemente de refuerzo. Tuve la posibilidad de ir a la LSB con Holguín, pero nos faltó experiencia para afrontar choques con marcadores cerrados.
Yamilet Martínez, una de las mejores jugadoras de la historia del baloncesto cubano, nunca pudo desempeñarse ante su público. En cambio, tú lo hiciste desde 2007. ¿Cómo te sentiste en casa?
-Contentísimo, muy emocionado. Dejamos de ser “Trotamundos” y el pueblo disfrutó. Yamilet no tuvo la posibilidad de brillar en su terruño, sin embargo trascendió internacionalmente y eso la dio a conocer.
No sobresalías por el peso corporal y tampoco eras de los más habilidosos en la conducción del balón. Mas aparecías casi siempre entre los líderes de las hojas de anotación…
-Cuando comencé tiraba muy mal, lo hacía con las dos manos. El profesor Miguel Pérez me ponía a hacer 200 tiros con una bala de Atletismo. Era algo difícil, lanzaba a la derecha y él me dijo que si quería aprender a tirar con la izquierda y le dije que no. Yo dribleaba más a la zurda y los entrenamientos me ayudaron a perfeccionar el gancho.
Con respecto a las libras, tuve un peso mediano, nunca fui muy corpulento, a pesar de ser alto (1,98 metros). Aprovechaba mi velocidad y saltabilidad para dominar el tablero, por eso jugué de delantero y pívot. Esas eran las ventajas que tenía ante contrarios fornidos. Realizaba muchos ejercicios de piernas, que me dieron fuerza, hasta que llegó la lesión y prioricé los tiros, por eso lograba puntuaciones abultadas.
En Cuba, el baloncesto es un deporte de “laboratorio”. Hemos quedado rezagados internacionalmente y se juega poco en calles y barrios, en comparación con el béisbol y el fútbol. ¿Qué hace falta para salir del bache?
-Hay que ir a los municipios en busca de niños de perspectivas. Si los entrenadores se proponen trabajar asomarán talentos. El atleta, luego del adiestramiento, tiene que realizar una cantidad considerable de “disparos”. En ese momento nadie te gardea, sin presión ganas en efectividad y las cosas te salen mejor después.
Se ganan o pierden muchos partidos por tiros libres. Incluso en el equipo nacional hay problemas en ese parámetro. Se tira para un 65 por ciento, cuando en las competencias de envergadura debe hacerse por encima del 80. Es un momento tenso y definitorio, sobre todo cuando estás agotado y llevas varios minutos de actividad.
Nunca participé en Juegos Panamericanos, Premundiales, Preolímpicos, Mundiales u Olimpiadas. Ahora los jóvenes de la escuadra nacional son dirigidos por un técnico argentino (Ariel Amarillo), que puede cooperar con esa juventud. Si ellos se lo proponen, llegan. Tienen futuro por delante.
¿Con cuáles jugadores tuviste mejor conexión?
-Me entendía muy bien con Allen Jemmont, un gran compañero, Michael Guerra, “El Chino” Lavastida y Jean Luis Haití, que surgieron en la misma etapa que yo. Aquí tenía a Fernando Caballero y Víctor Manuel de la Cruz, a los cuales aconsejaba para que todo fluyera mejor.
Simón versus el Dream Team…
-Cuando empezaron los Juegos (Brisbane-2001) pensábamos en el enfrentamiento con EE.UU. Llegó el día y en el calentamiento estaba un poco tenso porque jugaríamos contra estrellas de la NBA. Me dije por dentro que sí podía. Logré darles donqueos a aquellos gigantes de más de dos metros y les marqué 12 puntos.
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