Atala en 1975 / Revista Jaque Mate |
Esa era la expresión clásica de Juan José Atala González, alertándonos de que estaba por cerrar la academia. La frase, aunque esperada, no dejaba de provocar reacciones diversas entre los fanáticos que queríamos siempre continuar.
Lamentablemente, el pasado 4 de febrero, de forma inesperada, descendió la bandera de Atala. Líder de una generación de jugadores de la década de los años setenta –Juan Luis Gutiérrez, Raciel Sánchez, Eduardo Betancourt y Alfredo Ochoa–, inició un vertiginoso ascenso a los primeros planos del ajedrez cubano y, en 1975, se convirtió en el primer Campeón Nacional Juvenil que tuvo Holguín, por delante del villaclareño Jesús Nogueiras y el matancero Reynaldo Vera, quienes luego alcanzarían la máxima categoría del ajedrez, Gran Maestro (GM), y fueron, durante años, integrantes de los equipos nacionales.
“Chito”, como le llamábamos los que le conocimos en sus años del preuniversitario, con 18 y 19 años jugaba los campeonatos cubanos de mayores, donde alcanzó la norma de Maestro Nacional (MN). Sería bueno aclarar que jugadores como Amador Rodríguez, en su momento el más joven GM del mundo, obtuvieron la norma de Maestro Internacional (MI) y la de GM antes de poder alcanzar el galardón de MN en los reñidos campeonatos cubanos.
Atala poseía un estilo indescriptible que estaba fuera de todo encasillamiento y, si en algo podemos enmarcarlo, era en su combatividad y valor absoluto. Allí donde otros jugadores se conformaban con tablas o perdían la esperanza en la victoria, él continuaba luchando. No importaba la calidad del rival. Por el contrario, era un incentivo. Por ello, el GM sueco Ulf Andersson, en el mejor momento de su carrera, cuando era uno de los ocho candidatos a la corona mundial, tras una turbulenta partida contra Atala declaró: “Es el jugador cubano que más promete”.
Luego vendrían las celadas que la vida puede tendernos y se eclipsaría cerca del clímax de su carrera ajedrecística. Durante sus últimos años fue trabajador del INDER en la Academia Provincial de Ajedrez, labor que alternaba con el arbitraje de los torneos allí realizados. Siempre estaba dispuesto a jugar unas partidas rápidas y, a pesar de su falta de entrenamiento, no pocos eran víctimas de su talento. Los que durante años hemos disfrutado y sufrido frente a un tablero de ajedrez, difícilmente nos alejaremos de las peñas que brotan en los parques o de la academia donde transcurrió nuestra juventud, solo que, al filo de las seis de la tarde, será imposible no escucharle ordenándonos finalizar con su inolvidable frase conminatoria: ¡Último rapidtransit! / Por Juan I. Siam Arias
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