España subió al Olimpo el domingo. A dónde sólo siete habían podido llegar. Del Bosque y su carroza de fuego entraron a la inmortalidad futbolística. Unos centauros de Suiza quemaron las naves. Pero nadie perdió de vista al Campeón de Europa, que “erupcionaría” en cualquier momento. Marcadores calcados desde octavos hasta la final. En el “Soccer City” comenzó la fiesta, hasta que amanezca dentro de cuatro años.
La “Furia Roja” impuso su circulación del balón, accidentado por el despliegue violento de la Orange: Nigel de Jong invirtió los papeles, de mediocampista a karateca. Sus compañeros, cuchillos entre los dientes y hachas en manos (en pies), lanzaron el abordaje contra el galeón de “El Bigotón”. A la altura del minuto 116, renació la historia de la Armada Invencible. Andrés Iniesta, “El Hobbit” barcelonista, reescribió la maniobra naval.
Veintitrés héroes que llevaban el sello de favoritos y los recuerdos del “juegan como nunca y pierden como siempre”. Levantaron anclas versus Chile e izaron velas hasta Johannesburgo. El 3 y 7 de julio las escalas fueron sufridas, Paraguay y Alemania tenían intenciones de hundir sueños. Casillas, Puyol y la fórmula Tiki Taka+Villa=Seguir preservaron la travesía.
Recogieron a un pulpo que decía llamarse Paul, el cual tenía suertudos tentáculos y muchas horas de televisión “en mente”. Escucharon cantos de sirenas que sonaban a vuvuzelas, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia mundialista. Jabulani y Jobulani, dos hermanos de sangre ADIDAS, dieron la bienvenida en zulú y les presentaron a Shakira, una colombiana de “cintura cintura”. Desde puerto seguro vieron los restos del navío de Dunga, a Maradona regresando en bote, al Rey Otto despidiéndose y a Blatter de salvavidas.
De Lippi y Domenech se conservaron souvenires (camisetas, estampillas y banderas), desvalorizados cuando únicamente “sobrevivieron” Cannavaro y Henry. Fabio (Capello), almirante inglés de costumbres italianas, regresó alucinando con el arbitraje. Las olas devolvieron al capitán Cristiano, lo encontraron falto de gol. El amotinado Anelka despertó en las redes sociales, Rooney “encalló”, Messi nadó de vacaciones hacia una playa en Río de Janeiro, y Drogba y Eto’o andan desaparecidos.
A océano revuelto, ganancia de pescadores: Forlán y Uruguay tocaron tierra firme. El del Atlético de Madrid capturó la distinción individual más importante de la Copa del Mundo, galardón que habitualmente “bendice” a los cracks (él no lo es). Müller se puso el Botín de Oro (era su número) y resultó la revelación. Los honores de la portería iban con nombre y apellidos, Iker Casillas, el mejor sin discusión; relevó al maestro Buffon, aunque Stekelemburg ahogó los gritos de Ramos, Fábregas...
Sudáfrica-2010 vivió la intensidad de aquellas tormentas en alta mar o las leyendas homéricas, de piratas y semidioses. El cine Yara, en Ciudad de La Habana (podríamos encontrar variantes holguineras en 2014), dejó constancia. Todos hicimos un Doctorado en fútbol. Yo seguiré esperando mi mundial.
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