lunes, 1 de febrero de 2010

¿Quién tiró la tiza? / Nelson Alejandro Rodríguez Roque

Decía así: ¿Quién tiró la tiza? El negro ese. Un grupo cubano de rap bromeaba con una situación X en un aula, donde el que pagaba los platos rotos era el hijo del constructor, cuando otro muchacho utilizaba la pizarra de polígono de tiro. El tema pegó más por letra que ritmo; pero la imputación fue centro de debate.
Lo mismo les sucedió a los angolanos, al verse señalados por el incidente de Togo en la Copa Africana de Naciones de fútbol. La escuadra visitante abandonó la competencia con dos integrantes fallecidos, luego de ser baleado el ómnibus del seleccionado en la región angolana de Cabinda. El torneo inició sin los Gavilanes -apodo de los togoleses-, heridos antes de pisar el terreno.
Y aprovecharon los hipercríticos para arremeter, pues desconfiaron de la seguridad y organización. Juntos en el mismo saco, también Sudáfrica, anfitriona del Mundial de 2010, recibió declaraciones punzantes. El mal estaba hecho: solo tuvo una guerrilla separatista que sonar sus fusiles. Los balazos, indirectamente, rozaron la Copa del Mundo, que se efectuará cerca de Angola, en el continente “incivilizado”.
La palabrería atacó durante esa semana. Para callarla, Diego Armando Maradona, rodeado de niños en Johannesburgo, hizo gala de su acostumbrada indocilidad, y despejó dudas: “Podemos venir a jugar (…) en un país seguro, lo he visto con mis propios ojos”, declaró. ¿Se le retiró la Olimpiada a Atlanta después del atentado de Oklahoma City en 1995?
Más se perdió en Haití, que pagó cara su temprana independencia en 1804 (la primera de América Latina). Los señores salieron resentidos y nunca perdonaron la afrenta. Cedieron ante una raza inferior, según sus propios ideólogos. La Joya Azucarera escapó de las garras esclavistas, 300 mil cautivos provocaron una Revolución y conocieron la liberté (libertad en francés), hasta entonces esquiva e impensable.
Golpes de Estado, ciclones, enfermedades como el SIDA, intervenciones militares y tentáculos capitalistas prueban que allí los “terremotos” han sido de todo tipo. ¿La guerra o la paz?, después del derrocamiento de Jean Bertrand Aristide, vino en cascos azules. El disimulo pacifista en 27 mil 750 kilómetros cuadrados.
El azote del 12 de enero casi desaparece al Reino de Este Mundo. Los muertos no pueden ser contabilizados en la escala de Richter, que tampoco registra damnificados, mutilados y daños materiales. La generación perdida de niños, cuyas familias perecieron, sale en lotes de adopción. El saqueo ahora es de vidas, el único tesoro que quedó en pie en Puerto Príncipe.
Como la tierra tembló y “los negros esos” son ingobernables, soldados estadounidenses ejercen la autoridad en medio del caos. Reparten y reparten ayuda humanitaria y se llevan la mejor parte: el Occidente de La Española, que arrastra su herencia “maldita”, una marca con la carga de los males.
Ya Mackandal, ni transfigurado, puede esconderse, los árboles han sido talados para poder cocinar. De real hay mucho, de maravilloso solo perdura el vodú y el patuá. Obama sigue sin aprobar la Ley de Ajuste Haitiano. ¿Habrá espacio en la Casa Blanca?
El fatalismo “de color” sentencia el destino y viene añadido a las desgracias. Es como si lo tuvieran bien merecido; aunque sus captores los trajeron a látigo, hacinados en barcos y obligados a trabajar bajo condiciones bárbaras.
Tales desatinos son frecuentes en esta vorágine de FACEBOOK, fibra óptica, derroche de gigas y películas en 3D (tres dimensiones). Así piensa un grupo de personas que jamás leyó a Carpentier, ni vio los goles del liberiano George Weah e ignoró el confinamiento de Nelson Mandela en cárceles del apartheid y el internacionalismo cubano en Argelia, Namibia, Etiopía, Angola, Zimbabwe, Mozambique…
Todos pertenecemos a una raza: la pigmentación de la piel fue nuestra respuesta a las condiciones climatológicas y geográficas, cuando al homo sapiens salió ¡de África! a asentarse en Asia o Europa.
Los seres humanos no deben sentirse iguales y después diferentes por cuestiones de melanina. ¿Y la tiza? Fue el hijo del doctor.

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