El planeta suda la fiebre del calentamiento global. El hábitat glacial del oso polar desaparece. Nieva en Kenia, muy cerca del paralelo del Ecuador. Las olas de altas temperaturas “ahogan” a los europeos. Tsunamis o terremotos asolan los parajes asiáticos. La Naturaleza reacciona ante el desafuero humano.
Las temporadas ciclónicas llevan 10 años consecutivos de gran actividad. Los nombres de huracanes pasean el abecedario: Hanna, Gustav, Ike…y la lista sigue, pues se forman en el Oeste de África o el océano Atlántico, y avanzan de pronóstico en pronóstico. En 1492, Colón y sus navegantes avistaron tierra firme; era otra época, en la que los taínos culpaban “al cielo” de los vientos, las lluvias y los relámpagos. No existía la escala Saffir-Simpson ni los categoría cuatro, como Michelle, Charley o Dennis.
Las fuerzas de dos organismos meteorológicos nos retaron en cuestión de días. Pinar del Río y la Isla de la Juventud entraban a la recuperación y “mutaban” a otra fase. Llegaban mensajes de aliento o ayudas materiales de Nicaragua, Rusia, Timor Leste, pero en eso penetró Ike por Punta Lucrecia. Para los holguineros testigos del Flora, lo sucedido ahora superó en intensidad al inoportuno visitante de 1963.
“En la ciudad haitiana de Gonnaives, los ‘cascos azules’ de la ONU reparten el arroz a multitudes iracundas”, explica el enviado de la cadena televisiva CNN. Los economistas calculan las pérdidas frente al inminente estrago en las plataformas petroleras y refinerías del Golfo de México. Houston, en el estado de Texas, regresa a la normalidad; los sobrevivientes de la localidad de Galveston entierran a sus fallecidos. El trayecto por EE.UU. convirtió al fenómeno en depresión tropical.
Ecuador envía un barco cargado de atún. Brasil manda alimentos y México y España nos tienden la mano; Venezuela imita el gesto. El Departamento de Estado norteamericano ofrece al equipo de evaluadores para comprobar la gravedad del asunto. La testarudez y presión de los partidarios del Bloqueo condicionan cualquier intención solidaria. Los puertos no recibirán ninguna migaja arrojada desde buques de guerra pintados con barras y estrellas; hace mucho tiempo que las calles de La Habana dejaron de consentir borracheras y ultrajes de los marines.
Cada tormenta, tiene su anticiclón de pueblo. “Por el poder de erguirse se mide a los hombres”, planteó el Apóstol, que inspiró a los cubanos, después del fracaso de las hostilidades independentistas. Esas palabras retumban cuando limpiamos las calles, acogemos en nuestros hogares a los vecinos afectados, reiniciamos el curso escolar o llenamos la valija en el CDR.
Devastó, arrasó, derribó, palabras muy comunes en la jerga de estas jornadas. Reparar, construir y sembrar, sustituyen al asombro de la alerta que nos enseñó a desafiar la cruda realidad de los embates del clima. El impacto de Ike movilizó a todo el país. Las próximas amenazas también tendrán rachas de viento, penetraciones del mar y precipitaciones. Los destrozos prueban la capacidad de levantarnos.
Las temporadas ciclónicas llevan 10 años consecutivos de gran actividad. Los nombres de huracanes pasean el abecedario: Hanna, Gustav, Ike…y la lista sigue, pues se forman en el Oeste de África o el océano Atlántico, y avanzan de pronóstico en pronóstico. En 1492, Colón y sus navegantes avistaron tierra firme; era otra época, en la que los taínos culpaban “al cielo” de los vientos, las lluvias y los relámpagos. No existía la escala Saffir-Simpson ni los categoría cuatro, como Michelle, Charley o Dennis.
Las fuerzas de dos organismos meteorológicos nos retaron en cuestión de días. Pinar del Río y la Isla de la Juventud entraban a la recuperación y “mutaban” a otra fase. Llegaban mensajes de aliento o ayudas materiales de Nicaragua, Rusia, Timor Leste, pero en eso penetró Ike por Punta Lucrecia. Para los holguineros testigos del Flora, lo sucedido ahora superó en intensidad al inoportuno visitante de 1963.
“En la ciudad haitiana de Gonnaives, los ‘cascos azules’ de la ONU reparten el arroz a multitudes iracundas”, explica el enviado de la cadena televisiva CNN. Los economistas calculan las pérdidas frente al inminente estrago en las plataformas petroleras y refinerías del Golfo de México. Houston, en el estado de Texas, regresa a la normalidad; los sobrevivientes de la localidad de Galveston entierran a sus fallecidos. El trayecto por EE.UU. convirtió al fenómeno en depresión tropical.
Ecuador envía un barco cargado de atún. Brasil manda alimentos y México y España nos tienden la mano; Venezuela imita el gesto. El Departamento de Estado norteamericano ofrece al equipo de evaluadores para comprobar la gravedad del asunto. La testarudez y presión de los partidarios del Bloqueo condicionan cualquier intención solidaria. Los puertos no recibirán ninguna migaja arrojada desde buques de guerra pintados con barras y estrellas; hace mucho tiempo que las calles de La Habana dejaron de consentir borracheras y ultrajes de los marines.
Cada tormenta, tiene su anticiclón de pueblo. “Por el poder de erguirse se mide a los hombres”, planteó el Apóstol, que inspiró a los cubanos, después del fracaso de las hostilidades independentistas. Esas palabras retumban cuando limpiamos las calles, acogemos en nuestros hogares a los vecinos afectados, reiniciamos el curso escolar o llenamos la valija en el CDR.
Devastó, arrasó, derribó, palabras muy comunes en la jerga de estas jornadas. Reparar, construir y sembrar, sustituyen al asombro de la alerta que nos enseñó a desafiar la cruda realidad de los embates del clima. El impacto de Ike movilizó a todo el país. Las próximas amenazas también tendrán rachas de viento, penetraciones del mar y precipitaciones. Los destrozos prueban la capacidad de levantarnos.
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