El General Sagua |
Aquel derecho mulato, de procedencia muy humilde, al que le “impusieron grados militares” por su grandeza en el béisbol, brillaba en el Campeonato de Las Villas, representando al conjunto Unión Club de Caibarién. Fue tanta la fama de Rodríguez, que los scouts se interesaron por él y lo firmaron alrededor de 1907 ó 1908, por lo que a partir de esos años jugaría para los equipos Fe, Almendares y Habana, de la Liga Profesional Cubana, hasta 1910, reseña el sitio Baseball Reference; aunque Norton Lorenzzi, historiador, recuerda que en aquella época se celebraban a lo sumo dos desafíos semanales y “Sagua” nunca fue lanzador principal en esas novenas.
Desmotivado por las pocas oportunidades en el montículo, decidió abandonar la capital y volver a Holguín, donde vivía desde los 14 años. Lorenzzi afirma que ya sabía jugar pelota cuando llegó a La Ciudad de los Parques. Sus armas beisboleras no se limitaban al pitcheo, pues también se defendía bateando. Era 1899 y los soldados norteamericanos se mezclaban con los muchachos de aquí en el terreno de La Quinta del Llano (hoy ahí está ubicada una edificación del CITMA). Los primeros equipos citadinos se conformaron en 1902 y él fue parte de estos.
¿Por qué lo apodaron militarmente? Allá por 1909, Abel Linares, promotor, mánager y jugador, llevó al elenco Cuban Stars a una gira por EE.UU. y lo incluyó en la nómina. Ese plantel obtuvo 94 triunfos y 35 fracasos, además de dos empates. “Sagua” iba lanzando muy bien hasta el noveno inning en uno de los encuentros y ganaba, 1-0, pero sus contrarios en la ciudad de Cincinnati le llenaron las bases. Ahí tuvo que apelar a sus mejores recursos y logró tres ponches al hilo, para llevarse la victoria. Según una investigación de Manuel Martínez, otro estudioso de su vida, el mentor rival, al término del choque, sorprendido por la actuación del sagüero, le expresó: “Cubano, tú ser General”.
“Las actuaciones del General Sagua fueron de las más brillantes, colocándose por aquellos días a la altura de Méndez, Castillo y tantos otros astros del béisbol cubano profesional. Era un hombre de elevada estatura que cuando lanzaba solía levantar la pierna a la altura de la cabeza y la velocidad que le imprimía a sus lanzamientos y curvas, lo que lo convertían en una figura estelar de primerísima categoría”, rememora el periodista Celso Enríquez (en el libro Morriña Holguinera), quien lo vio lanzar en la década del veinte, cuando este era mánager-jugador del representativo de Holguín, que enfrentaba a escuadras nororientales, de Camagüey y Santiago de Cuba, en una etapa donde los juegos eran todo un acontecimiento en las localidades donde se efectuaban. El blog Aldea Cotidiana refleja el siguiente pasaje: “Pasando a ser meros recuerdos históricos, los nombres del General Sagua (Conrado Rodríguez), como pítcher del Holguín, y Armelio Acosta Cabrera, que lo era del Gibara”.
Narra también Manuel Martínez que a Martín Dihigo, El Inmortal, una tarde ya retirado del deporte activo, mientras se dedicaba a narraciones deportivas, le preguntaron acerca de una selección que habían hecho unos cronistas sobre los mejores monticulistas y respondió que ahí faltaba El General Sagua. Y va más allá: John McGraw, mandamás de los Gigantes de Nueva York, dijo sobre El Diamante Negro: “Si pudiera pintar de blanco a Méndez me lo llevaría a mi equipo y sería uno de los mejores lanzadores de Grandes Ligas”. A lo que el matancero ripostó: “Y si usted le pudiera dar una lechada a Sagua. ¿Cuántos millones daría por él”.
Tabaquero de profesión y de madre mambisa – fue abanderada del Ejército Libertador –, Rodríguez, plantea Lorenzzi en su libro próximo a publicarse, Momentos Beisboleros en Holguín, practicó pelota hasta seis o siete meses antes de morir. Su hogar estaba en calle Prado, entre Fomento y Progreso. Poco antes de fallecer, declaró que había dado en su carrera 102 blanqueadas, en más de 2 mil partidos.
La desaparición física de El General Sagua significó un retroceso en el béisbol de la región holguinera, porque él aglutinaba a los jugadores y exigía mucha disciplina, además, le ponía entusiasmo a aquello de lanzar una bola o batearla. Sus hijos recordaban que, cuando el seleccionado de Holguín perdía, ese día “en la casa no había quién se moviera o cantara, no habían paseos al parque, ni al cine”.
Víctor Muñoz, periodista cubano de gran trayectoria en las primeras décadas del siglo pasado, calificó al holguinero por adopción como El Almirante, El Mago del Box, El Orfebre del Pitcheo. Hasta una oferta de Adolfo Luque rechazó – para entrenar a jóvenes serpentineros en La Habana –, porque prefería estar con los suyos acá.
Nos queda recordarlo y buscarle algo más que un rincón a sus pertenencias en el Museo Provincial del Deporte, en el estadio Calixto García. Bien pudiera llamarse una calle con su nombre (como la de Alejandro Oms en Santa Clara) o realizársele una efigie en los alrededores de nuestra instalación insigne de las bolas y los strikes. Conrado lo merece. / Por Nelson Alejandro Rodríguez Roque
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