Asistir a un Mundial de Fútbol representa la exaltación del orgullo popular. Brasileños, marfileños, italianos o japoneses, todos escuchan sus himnos, portan las enseñas, y esperan lo mejor de la selección. Es el espíritu que se respira cada cuatro años, sensación que no distingue razas, credo, sexo o procedencia social.
Pero algunos, valiéndose de artimañas, codician llegar a la cita planetaria a puro dinero. Un estado árabe, de grandes recursos en “petrodólares”, espera concurrir a la Copa del Mundo 2018 -aún sin sede definida-. Es por ello que, asesorados por especialistas europeos de España y Alemania, eligió 24 niños africanos, nacidos en 1994 y con excelentes dotes futbolísticas, para conformar un equipo de posibilidades clasificatorias.
El Tour por el Continente Negro, con tintes de Safari, los llevó a siete países (Sudáfrica, Senegal, Kenia, Camerún, Ghana, Nigeria y Marruecos); varios expertos observaron cerca de 700 mil candidatos, que según ellos, eran chicos sin ningún futuro, originarios de comunidades muy pobres.
Los preferidos viajarán a la tierra de sus “benefactores” y se adiestrarán en el “más universal”, además de formarse en idiomas y otras materias. Cuando alcancen la mayoría de edad, otra absurda motivación, podrán optar entre regresar a la patria o vestir la camiseta del pabellón que los acogió. Tan fácil se consumó el negocio, que los organizadores anunciaron una segunda búsqueda exhaustiva por 10 naciones de los mismos confines.
Algo tan descarado y humillante como la operación de reclutamiento de las llamadas perlas africanas, es la imagen actual del orden del poder, que aprovecha la fragilidad de una zona con ínfimos niveles de vida, plagada de desnutrición, analfabetismo, SIDA, conflictos bélicos, y pisoteada sin clemencia alguna.
La repartición, a diferencia de los diamantes y el oro que todavía roban en África, explora llevarse también a los próximos Samuel Eto´o, Didier Drogba, Frederick Kanouté y Michael Essien, estrellas internacionales del balompié en esa maltratada región; es una forma de comprar el talento en medio de situaciones caóticas heredadas del pillaje colonialista y capitalista. Los nuevos cerebros vienen en aviones privados y despegan cargados de material humano, semejante a los navíos que transportaban esclavos hacia América.
De la misma manera actúan los clubes profesionales, destacándose en la extorsión los conocidísimos Real Madrid, Barcelona o Milán AC, que, basándose en el deporte de “laboratorio”, esperan obtener de adolescentes virtuosos los frutos a corto plazo, de lo contrario, los jóvenes son desechados a su suerte. Aunque el sueño de llegar al Mundial impulsa el optimismo, el fin no justifica los medios. El 2018 parece lejos, mas lo que se fragua resulta escandaloso. La voz del dinero resuena ilimitadamente.